|
Nada más llegar se aprecia, se ve, se respira. Acurrucada junto al resto de las casas, a la salida del pueblo hacia Candelario nos encontramos con un paisaje como pocos: montañas que descienden entre prados de robles, castaños y cerezos bravíos - espectáculo de color especialmente en otoño y primavera -, huertos antiguos por donde cruzan los arroyos y gargantas de la sierra, sonidos de pájaros y ramas, olores recién hechos a hierba y humo de hogar, a pueblo. En invierno, un aire frío nos curtirá la mirada y en verano, la brisa fresca nos devolverá la calma. Querremos "enclavarnos" allí, en la acogedora casa de Navacarros. |
|
|
